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Seis meses viviendo en el desierto

Podría ser el nombre de un reality show, pero no lo es. Hace 180 días, con mi familia llegamos desde Argentina a vivir al sur de Israel. No es mi primer desarraigo en mi vida, pero sí el más duro.

Publicado: 2022-08-11


Es el mediodía del 9 de agosto y si mi vida hubiera continuado transcurriendo en Buenos Aires, como en los últimos dieciséis años, yo debería estar disfrutando del invierno porteño, pero hoy me encuentro bajo el sol del verano israelí, con unos 40 grados de temperatura.

Desde hace seis meses, con mi familia vivimos en un kibutz en el sur de este país ubicado en Medio Oriente, muy cerca de las fronteras con Jordania y Egipto. "Esto no es Israel, es otro país", me dijo un viejo ghanés que fue mi compañero de trabajo en mi fugaz experiencia en un taller mecánico. Y razón no le falta, desde las ciudades de Beersheba hasta Eilat, el país cambia significativamente, mientras que el centro y norte hay mucha vegetación, aquí en el sur el panorama es distinto.

Mi experiencia migratoria del 2006, cuando dejé mi querida Lima para instalarme a Buenos Aires, no tiene nada que ver la mudanza de fines del 2021. En aquel entonces estaba solo, hoy en esta aventura al otro lado del mundo involucra también a mi esposa y mis dos pequeños hijos ¿Por qué es distinta? Porque es un país con un idioma completamente distinto, con una realidad que no se parece tanto a la latinoamericana y porque comenzar de nuevo a los cuarenta y tantos años es más complicado.

Trabajo como cancha

Tras seis meses en el ulpán, la escuela de idioma hebreo parea adultos, había llegado el momento de incorporarse al mercado laboral israelí. Cabe señalar que mi esposa tuvo más éxito en el aprendizaje del idioma local, lo mío fue bastante penoso; mi salvavidas es el inglés y en última instancia mi mejor amigo Google Translate.

La verdad es que en esta parte del país hay una gran oferta laboral, incluso si no sabes nada del idioma. Basta solo con entrar a los números grupos de Facebook y publicar una breve descripción de tu persona y señalar que estás en busca de un trabajo; a los pocos minutos comienzas a recibir mensajes privados. A pesar de eso, nuestros actuales trabajos los conseguimos por contactos de amigos que hicimos en el ulpán. Según me cuentan, acá no hay empleo informal, el empleador está obligado a registrarte desde el primer día, caso contrario puede recibir una fuerte multa.

La adaptación de los niños

Acá no existe la preocupación de "en qué colegios vamos a matricular a los chicos", apenas uno pone un pie en este país, luego de un largo proceso burocrático en el país de origen, los niños ya sabían a qué escuela iban a ir. Tras una semana de cuarentena preventiva, los chicos comenzaron con sus clases, tanto en el jardín como en la escuela primaria. ¿Fue difícil para ellos? Sí, pero ellos son los que mejor se adaptaron, a pesar de no saber nada del idioma, hoy ellos ya se comunican con sus amigos en hebreo, tanto así que Luca, de siete años, hace muchas veces de mi traductor.

No todo es color de rosa. Acá también existe del bullying al niño nuevo que no sabe el idioma, pero es algo que se maneja de manera muy rápida y efectiva. El que los niños del kibutz sean casi los mismos que van a la escuela ayuda mucho a que la contención sea integral.

La comida

De Perú a Argentina, el cambio alimenticio no fue tanto. Los argentinos no disfrutan como nosotros los peruanos de la comida muy condimentada y picante. Para equiparar, en el país del Río de La Plata consumía grandes cantidades de asado, vacío, chorizo y bondiola. La comida acá es distinta, hay mucho picante, distinto al peruano, y el consumo de carnes rojas no es mucho porque es cara. Aún así, en casa no hemos perdido el tradicional asado de fin de semana, claro que reemplazamos algunas cosas que acá no se consiguen. Shawarma y falafel es lo que abunda por estos lares.

En las grandes cadenas de supermercados no venden cerdo, y sus derivados, ni mariscos porque no son considerados comida kosher. Pero todos esos ricos productos "prohibidos" los puedes encontrar en los supermercados de los rusos, que son los que venden todo tipo de alimentos y atienden todos los días de la semana, incluyendo shabat, que es el día en que la mayoría de negocios están cerrados. Como siempre hay una excepción a toda regla, y hay centros comerciales que atienden normalmente en ese día considerado sagrado.

Las costumbres que más cuestan

Hay varias cosas que no sé si podré algún día superar. La primera y principal es la de cenar temprano. Mientras que en Argentina la merienda era a las seis de la tarde, hora en que mi esposa y yo regresábamos del trabajo, y era el momento que conversábamos y tomábamos mate acompañado con algún alfajor, acá en Israel es la hora de la cena. Un dato importante es que los niños se van a dormir a las ocho de la noche. Cuando trabajo en el turno tarde, suelo comer en el comedor del trabajo, a esa hora, el sol aún brilla con intensidad.

El comenzar la semana laboral el domingo. Durante mis 44 años viviendo en occidente, el domingo era sinónimo de no hacer nada, de ver fútbol y almorzar en familia. Acá es como un lunes, el día en que todo comienza: la rutina del trabajo y la escuela. Esto se relaciona con la enorme diferencia horaria que hay entre nuestros países. Mientras que mis padres que viven en Lima se están yendo a dormir, yo estoy desayunando y alistando a los chicos para la escuela; son ocho horas de diferencia entre Perú e Israel y seis con Argentina.

¿Por qué nos fuimos de Argentina?

Según cifras difundidas en medios argentinos, diariamente unas 200 personas abandonan dicho país. Mi esposa y yo teníamos trabajos mediamente bien renumerados en nuestras respectivas carreras universitarias, pero sabíamos que la crisis económica se iba a agudizar más, y lamentablemente no me equivoqué. De la mano de ese gran problema está otro: la inseguridad ciudadana. Esos dos factores hicieron que a principios de la pandemia tomáramos la decisión de migrar.

El precio que se paga es alto. Actualmente estamos trabajando en algo que no tiene nada que ver a lo que estudiamos, pero ganamos calidad de vida. Pasamos del estado permanente de miedo y la sensación de que en cualquier momento nos pueda pasar algo malo a que hoy nuestros hijos puedan jugar libremente fuera de casa con sus amigos ¿Y los ataques con misiles a territorio israelí que aparecen en las noticias? Como escribí al principio, esta parte de Israel es distinta al resto del país y estamos muy lejos de las zonas donde hay ese tipo de cosas. Eso no significa que no estemos preparados para esa clase de eventos, todas las casas cuentan con una habitación de seguridad, que en nuestro caso adaptamos este espacio como cuarto de visitas y escritorio.

La casa en la que vivimos nos fue asignada por el programa del gobierno por el cual llegamos al país. El contrato termina a fines de diciembre y aún no sabemos si podemos extenderlo o si tendremos que buscar un nuevo lugar para vivir, acá en el desierto o en el norte. Otra cosa que aprendimos acá es a tener mucha paciencia e ir paso a paso.


Escrito por

Luis Vilchez Reyes

Periodista. Viví durante quince años en Argentina, hoy estoy en el sur del desierto israelí. Que sea siempre rock. TW: @lvreyes


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